¿Quién
sirve a quién?
Un
buen directivo debe preocuparse por el desarrollo y el crecimiento profesional
de su equipo, y no solo el suyo, también el de ellos. Debe impulsar el progreso
del equipo, abrir espacios para que las personas puedan crecer y, en muchos
casos, motivar a los empleados para que tomen la iniciativa y salgan de su zona
de confort. Y se debe gestionar todo el equipo, no solo los fáciles o los
talentosos. Es tarea difícil pero imprescindible que el directivo integre a
todo el equipo, incluso los rebotados, difíciles o incrédulos y se debe crear
cantera y trabajarla con constancia y dedicación, ya que serán ellos los potenciales
líderes del mañana.
Cuando
alguien funciona bien en su puesto actual, a menudo existe la tentación de no
considerarlos para posibles vacantes internas porque, desde la perspectiva del jefe,
están desempeñando su función actual de manera satisfactoria y ya están «entrenados».
Aquí es cuando hablamos del líder generoso o del perfil egoísta. Este último
solo piensa en sí mismo, y un cambio así no le beneficia, al menos a corto
plazo. Deberá ocupar la posición con otra persona que probablemente no se
desenvuelva tan bien como el predecesor, al menos al principio, y eso si tiene la
suerte de encontrar un buen candidato. Este
perfil emite este tipo de manifestaciones: Si las cosas funcionan, ¿por qué cambiarlas?
Los equipos con este perfil se estancan, premian la comodidad sobre el
progreso, el aprendizaje y la exploración. Este modelo es bastante perjudicial,
especialmente si tienes empleados jóvenes y talentosos.
El
líder generoso considerará si la nueva oportunidad es beneficiosa para la
persona. ¿Qué aportará a su carrera profesional? ¿Qué ganará? ¿Qué aprenderá?
¿Obtendrá una mayor visibilidad dentro de la organización? Todos estos factores
deben tenerse en cuenta, ya que el cambio no solo debe ser beneficioso para la
organización, sino también para la persona.
Cuando
en una empresa se produce una baja, una práctica común es verbalizarlo con un “tenemos
un problema" y empezar a buscar internamente candidatos que puedan «resolverlo».
La oportunidad puede ser buena para el candidato siempre que tengamos claros cuáles
son los aspectos beneficiosos para la persona, qué gana el candidato con la
nueva posición. Si hay una ganancia clara en forma de mayor salario, una
posición más elevada en la empresa, la oportunidad de gestionar un equipo o de
formarse en una nueva área por la que la persona ha mostrado interés y además posee
las competencias, adelante. Pero si no hay un beneficio claro, es mejor no
hacerlo. Los movimientos forzados como una solución de último recurso suelen
dejar a ambas partes insatisfechas.
Además,
es el empleado quien debe tener la última palabra en su futuro profesional y no
debe dejar que nadie más, ni con las mejores intenciones, lo decida por él. La
gestión de la carrera es una responsabilidad individual y aunque es beneficioso
que un buen manager y las políticas de formación y desarrollo de la empresa
puedan ayudar, no se debe fiar tu futuro a manos ajenas.
De
la misma forma que la motivación debe nacer de uno mismo, el decidir dónde
quiero llegar o dónde no, también. No podemos esperar que sea la empresa —que
sabemos que son personas—quienes marquen nuestro rumbo. Debemos entender que es
nuestra responsabilidad y que no se transfiere.
Hasta
la siguiente!
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