La
humildad, tan valorada como escasa en el entorno directivo.
Decir
«no lo sé» no debería ser un pecado en el ecosistema directivo.
Punto
importante: los jefes no deben saberlo todo, y mucho menos cuando se trata de
conocimientos técnicos. Y debemos admitirlo para no desacreditarnos, porque
tarde o temprano, y más temprano que tarde, se verá que en muchas cuestiones no
tienes ni idea o sabes menos que el equipo.
Se
debe derrumbar el mito de que el directivo es profesionalmente perfecto. No lo
es y pretenderlo es impostar. La imperfección admitida crea confianza y fomenta
la conexión.
Los
directivos debemos tener competencias claras que nos hagan idóneos para la
dirección de equipos y para la toma de decisiones, pero no debemos ser ni
pretender ser, los más inteligentes del lugar ni tener respuestas para todo.
Mi
equipo sabía que ellos eran mucho más expertos que yo en su área de actuación,
y yo no competía en eso. El directivo debe tener muy claro cuál es su valor y
qué aporta, y debe avanzar en esa dirección sin distraerse. Y no debe entrar
nunca a competir con el equipo.
Querer
aparentar que tú sabes de todo, que tienes todas las respuestas y que siempre
debes hablar primero no solo es erróneo, sino que demuestra una visión a corto
plazo, porque es obvio que pronto se descubrirá, y esta revelación socavará tu
credibilidad. ¿Cómo se puede seguir a alguien que se revela como un impostor?
La
humildad está poco valorada porque hay demasiados directivos arrogantes y con
perfil «sabelotodo», pero estos no son seguidos, son obedecidos, lo cual es muy
diferente. Aquí estamos hablando de ser seguidos y, en cierta medida,
admirados, y nada que no sea genuino logrará eso.
Tampoco
debemos pasarnos de la raya y no querer adentrarnos en el núcleo del negocio. Debemos
entender de lo que hablamos porque no se puede mejorar lo que no se conoce. Una
de las responsabilidades clave de un buen líder es asegurar la innovación en su
área y para poder contribuir se debe primero tener conocimiento, tanto el
propio como el del equipo. Si te quedas solamente en la superficie, corres el
riesgo de ser percibido como un portavoz, como un presentador o director de
comunicación, pero en ese caso no tendrás plena autoridad sobre el equipo.
Pero
volvamos a la humildad, la que te hace ser objetivo, abierto a las opiniones de
los demás y, lo más importante, te permite aceptar tus errores sin que eso
disminuya tu valía, al contrario.
Además,
cuando no crees que por ostentar un cargo debes saber hacerlo todo ni tomar
todas las decisiones, tienes mucha más facilidad para la delegación y crees
honestamente que los demás también pueden llevar a cabo exitosamente la tarea.
El líder humilde trabaja sinceramente en equipo y provoca el crecimiento del
equipo.
«El
mejor líder es aquel que nadie sabe que es el líder», Lao Tzu
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