Creo que aun estoy a tiempo de empezar mi reflexión de hoy con el enorme deseo de que este recién estrenado nuevo año nos traiga, por supuesto salud, pero también buenas y enriquecedoras relaciones.
Y el nuevo post de hoy va a iniciar el delicado capítulo de la ética profesional, del deber del directivo de
ser ético en sus acciones
Como
decía Aristóteles, «Es fácil liderar sobre esclavos; lo complicado es liderar
sobre hombres libres». La libertad les da a los equipos el derecho a escoger si nos siguen plenamente o
si no y uno de los motivos esenciales es si nos perciben como una persona ética
y confiable o tan solo un actor representando un papel.
La ética son los principios y normas que dictan nuestra conducta. Son prácticas buenas o malas que están muy ligadas a los principios y valores de quienes las llevan a cabo. Es cierto que la ética varía entre los países, y en este sentido, debemos ser un poco más flexibles. Por ejemplo, cuando dirigía seis países, mi plaza más difícil era Holanda. Me costaba aceptar tanta franqueza. Ellos se enorgullecen de ser directos y decir la verdad, pero yo recuerdo haberle dicho a un miembro del equipo que la franqueza estaba sobrevalorada y que, por favor, me mintiera un poco, de vez en cuando. Se rio, pero creo que entendió el mensaje.
La
ética es cómo te comportas en el trabajo, todos los días, cómo respondes a la
presión o a los malos resultados. Cuando todo va bien, todos somos amables y
amigos, es fácil. Aquí, nuestros valores afloran con facilidad, y todos estamos
dispuestos a recibir felicitaciones y reconocimiento. El conflicto surge cuando
se trata de lo contrario, cuando hemos tomado una decisión que pensábamos que no
tendríamos que explicar o hemos hablado mal de un colaborador y esta persona se
ha enterado. ¿Cómo reaccionamos en ese momento? ¿Intentamos salir de la
situación echando balones fuera y culpando a alguien más? Muy probablemente. Ya
hemos visto que todos los directivos, solo por haber llegado a serlo, tienen
una mayor o menor dosis de ambición, pero no debemos confundir la ambición sana
con la honestidad profesional.
La
honestidad en estado puro es aquella que de manera consciente intenta aportar
todo su conocimiento y saber a la tarea que realiza, priorizando el bien del
negocio sobre lo personal. No atiende a intereses particulares y su primer
pensamiento es para el negocio y el cliente. Aunque parezca difícil de creer,
no es tan común como sería deseable encontrar este perfil en estado puro entre
los directivos. Y debo decir que, por lo general, no salen bien parados de
estas complejas estructuras. Este perfil no invierte, o no invierte lo
suficiente, en lo que podríamos llamar el «marketing interno»: presentaciones dentro
de la organización, relaciones personales, lobbies... porque su energía está
concentrada en visitas, campañas o cualquier otra actividad directamente
relacionada con el cliente. Es una pena, pero este ejemplar rara vez gana la
carrera.
Que tengáis una gran semana!
Comentarios
Publicar un comentario