Que no vayan de colegas: parte II
Comentaba en mi último post la no recomendación, por
diversos motivos, de confundir liderazgo con «colegeo». Lo mantengo, pero eso no debería
privar al directivo de empatizar y tener el pulso de cómo está el estado
anímico de sus colaboradores. Debe mostrar interés en saber aquello que puede
interferir en el rendimiento del empleado y debe captar los mensajes y el
estado emocional del equipo. Es esencial tener un buen diagnóstico de la salud
emocional del equipo y considerarlo a la hora de, por ejemplo, asignar un líder
para un nuevo proyecto o hacer una evaluación de rendimiento.
El buen líder es aquel que sabe captar señales que otros no
ven. El mal directivo es aquel que pretende suplir su gestión con una
pretensión de amiguismo, que nada favorece al equipo.
Este último es un sistema con fisuras importantes y muy peligroso.
Desde el punto de vista del directivo, cuando te posicionas y te comportas como
uno más del equipo, automáticamente eres un directivo menos, un líder menos. La
gestión se ha popularizado y este sistema funciona —si funciona— únicamente
cuando todo va bien, pero muchas veces no funciona, sobre todo cuando se
necesita de verdad un responsable. Sin mencionar lo extremadamente difícil que
es cuando se deben realizar recortes de personal o evaluaciones de rendimiento
duras, con un miembro del equipo.
Una cierta distancia te da libertad, objetividad, y también
la da al equipo. Ellos deben tener su propio criterio y no es necesario que
haya un acuerdo unánime para todo.
Además, este excesivo populismo se te acaba girando en
contra porque el equipo espera una diferencia entre tu y ellos y de no ser así,
no te reconocerán como líder y no entenderán porque estás tú en la posición y
no cualquiera de ellos.
Este exceso de buen rollo es sostenible cuando todo va bien
y hay un mar en calma, pero cuando vengan las dificultades,
todos queremos ver un gran patrón al timón, tomando las decisiones correctas y
no veinte manos tirando en direcciones diferentes y preguntándose dónde está el
puerto más cercano.
Pero no nos confundamos; creo firmemente en crear y
preservar un buen ambiente de trabajo y en alimentarlo siempre. Creo que
trabajando también debemos divertirnos y reír, y eso es fantástico cuando lo
tienes. Pero una cosa es eso y otra es querer ser uno más del equipo. Esto
último acaba siendo perjudicial, sobre todo para el equipo.
Si el directivo goza
de buena salud dentro del comité de dirección, el equipo estará «a salvo» pero
cuando al directivo le lleguen tiempos difíciles, el equipo se verá también
cuestionado por no apreciarse diferencia con el modelo.
Al final, vemos que las relaciones y las buenas relaciones
son la clave del éxito en un equipo, y la dificultad, como en muchas cosas de
la vida, radica en encontrar el equilibrio adecuado.
Se debe proteger la objetividad que da la distancia y el
respeto. La pretensión del directivo de ser aceptado como uno más del grupo es
tan falsa como peligrosa, tanto para el grupo como para el propio directivo.
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