En primer lugar, quiero dar las gracias a todos los que, en
estos días por mail, linkedin, whats app o incluso teléfono (que sigue
existiendo como forma de comunicación) me habéis animado en mi proyecto.
Como ya comenté, este blog, nace de la necesidad de
reflexionar sobre lo que un directivo debería ser y se nutre sobre todo de la experiencia
personal de mi trayectoria. Es un intento de analizar el perfil de los
directivos y reflexionar, más allá de los tópicos o de las recetas mágicas de
los gurús; Si queréis aportar vuestras experiencias, serán muy bienvenidas.
Hoy quiero comenzar por compartir con vosotros una pregunta
que me he planteado en diversas ocasiones mientras escuchaba en alguna reunión
al super director/a de turno, de esos que se escuchan a sí mismos con placer. Lo
que yo pensaba es que en algún momento debió haber sido bueno o, dicho de otra
forma, me preguntaba ¿Cuándo empezó a perder? Porque está claro que, si siempre
ha sido así, no lo habrían elegido para estar donde está. Estoy muy segura de
que vosotr@s, que venís del mundo de la empresa, estaréis de acuerdo en que a
muchos directiv@s el tiempo les ha restado.
En estos días se habla mucho del “edadismo” de los
directivos en las empresas como una corriente que inexorablemente te arrastra
hasta la orilla y allí te suelta, previo revolcón. Debo decir que, aunque esté
completamente de acuerdo en que existe una discriminación por edad en las
empresas (y como más multinacional, más se acentúa), esto no debe encubrir el
tema de la calidad del profesional, de su valor.
Cada uno de nosotros, directivos que tenemos personas a
nuestro cargo, debemos plantearnos las siguientes cuestiones y, sobre todo,
debemos contestárnoslas de forma sincera.
¿Era técnicamente mejor hace diez, quince años que ahora? En
mi caso, indiscutiblemente sí.
¿Era más productiva hace diez, quince años que ahora? También
sí ☹.
¿Era más valiosa hace diez, quince años que ahora? Quiero
creer que no.
El valor de un directiv@ no es su conocimiento técnico de la
producción o del márketing o la logística, tampoco su producción. El valor es
la cualificación del equipo, la contribución a la meta general de la compañía y
al resultado global de la misma. Lo que está claro es que las piezas que desgastas
en el camino (habilidades tecnológicas y conocimiento técnico) las debes sustituir
por piezas nuevas y más valiosas (visión estratégica, liderazgo, innovación,
etc.), porque de lo contrario seremos directivos mediocres, que en un momento
tuvieron valor por lo que sabían, pero que ahora ya no lo tienen y no aportan
nada nuevo que justifique la posición. El “edadismo” debe, necesariamente, en
estos casos operar de pleno derecho.
Estar en activo implica no dejarte de cuestionar y de
evolucionar. Cada directivo debe regularmente revisar el valor que aporta a la
organización y al equipo y debe ser exigente en su valoración.
Es necesario que nos cuestionemos y nos pongamos cierta
presión. Esta es una reflexión importante. El directivo/a debe ponerse presión
y no solo para lograr resultados financieros. Debe ponerse presión sobre todo
para aportar de manera continua al equipo al que se le ha dado la oportunidad
de liderar.
Hasta la próxima
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